27.2.06

En lo más crudo del crudo invierno

El sábado me fui a la cama a las 03.00 de la mañana, tras pasar casi media hora mirando atontada la nieve que en forma de tormenta caía sobre un Madrid frío, pero cada vez más seco. Es curioso que la nieve sea tan blanca, y el cielo que la despide tenga una tonalidad casi rojiza, como si estuviera en llamas.

Mis padres siempre lo decían alguna noche de invierno cuando el cielo se veía anaranjado, “ese cielo está de nieve”, y al día siguiente ahí estaba, un mantillo blanco que enseguida se ponía negruzco y se convertía en agüilla. Recuerdo, gracias a las fotos, un día en que mi amiga Mari Carmen y yo pudimos disfrutar de esa breve nieve con que cada año nos obsequiaba un Madrid mucho más frío que el de ahora, pero igual de racano para las nevadas que el de ahora.

No eran fáciles los inviernos entonces. La ropa no estaba tan preparada, y no todos teníamos calefacción central. En mi casa, el suelo era de terrazo, frío como un demonio. Unas baldosas de un blanco amarillento cuyas líneas mi madre perfilaba con el Baldosinín para mantenerlas blancas. Tampoco había ventanas de Climalit, y algunas veces hacía tanto frío fuera que los cristales “sudaban” y el agua resbalaba por el papel pintado de las paredes. Sólo teníamos una estufa de gas ciudad con dos fuegos, de esas que hacían un ruido horroroso y que si acercabas el pie te quemaban. Me acuerdo de una vez que vino mi tía Dionisia, que vivía en Cartagena y ya no estaba acostumbrada a los fríos leoneses de su infancia y juventud, y que puso ingenuamente el pie cerca del fuego. Bastaron segundos para que el nylon se deshiciese y se le quedara un precioso agujero en la planta del pie. La estufa se ponía a las seis o las siete de la tarde, y antes de irnos a la cama se apagaba, así que cuando te levantabas por la mañana, la casa volvía a estar helada.

Cuando me he despertado, más o menos a las 09.30, he visto un cielo claro, acompañado de un sol radiante, pero al mirar por la ventana de mi casa, ahora sí, de Climalit, me he encontrado el mismo suelo que hace unos 25 ó 26 años, con una capilla de nieve ya negruzca, medio aguada.

Pero no ha sido la única nieve que he visto. A media mañana me he ído con mis sobrinas a El Boalo, donde estaba el resto de la familia, para celebrar el cumpleaños de mi madre. Por la carretera he disfrutado de montañas nevadas, arcenes repletos de nieve apartada por las máquinas y árboles que soportaban el peso de la nieve en sus ramas. Cuando hemos llegado, mis sobrinos los pequeños volvían de un paseo salvaje, arreándose bolazos y empapándose la ropa. Yo me he puesto las botas de montaña después de al menos siete años (casi los que he pasado en las Canarias), y me he enzarzado en la lucha.

Les he machacado a bolazos, alguno en las gafas me ha caído (y también las gafas, que Iván o me las aprieta hasta oprimirme las meninges o me las deja sueltas), nos hemos congelado las manos y ha habido vendettas varias (desde luego Raúl (en la foto con un arma mortífera) y Laurita han comido más nieve que otra cosa) hasta que mi hermana ha puesto orden y se nos ha acabado el cachondeo.

De vuelta a Madrid, en el coche del novio de mi sobrina mayor, me he quedado dormida como si yo fuera la niña de cinco años. Me he despertado cuando llegábamos casi a mi portal. Cansada y con el bolso empapado aún de la nieve, me he cambiado de ropa como los niños y me he quedado mirando la ventana, esperando a que cayera de nuevo la nieve para ver los tejados blancos.

23.2.06

La noche de los transistores…

… fue para mí una noche más. El 23 de febrero de 1981 yo era una niña de 8 años que dormía con su hermana en la habitación compartida. Cada día, irse a dormir suponía una especie de revolución en esa habitación tan bien aprovechada. Para abrir las dos camas plegables, teníamos que mover la mesa camilla y aquellos dos butacones azules, (¿te acuerdas, Mari Carmen?) y trasladar la silla pequeñita con el muñeco ese que mi hermana había mordido de pequeña y aquella especie de costurero con patas que yo llenaba de tebeos y libros y que tenía que coger con los dos brazos mientras sujetaba la pila de papeles con la barbilla (muy pocas veces lograba el traslado sin que se cayera todo y tuviera que recomponer la torre en su precario equilibrio). Aquel desorden infantil ya me causaba con mi madre los mismos problemas que me causó hasta que me fui de casa, e incluso ahora, porque tengo que reconocer que parece que no me he ido. Mientras yo descansaba de un día raro y agitado, seguramente mi madre pasaba la coche con la oreja en el transistor (así le siguen llamando mis padres a la radio) , sufriendo y pensando qué clase de vida nos esperaría al día siguiente.

Mis recuerdos del 23-f son muy pocos. Imagino que fui al colegio y di mis clases con la Señorita Gloria. Era una buena alumna, no excesivamente traviesa, y bastante interesada en las clases. Leía y escribía muy bien, y creo que ya por entonces apenas debía cometer faltas de ortografía. Sin embargo, Doña Gloria siempre se negó a darme buenas notas en el global. Nunca me dio el sobresaliente, y le costaba darme hasta el notable. Nunca he sido competitiva, pero yo sabía que ese notable era mío, y así me quejaba a mi madre. Doña Gloria le respondía que efectivamente, en los controles mis notas eran de notable o sobresaliente, pero que no lo merecía, porque no me costaba esfuerzo alguno sacarlos, y que pese a que podía brillar en todo, era muy vaga. El argumento de mi madre, en una de las pocas veces que me ha defendido a capa y espada (uno de sus refranes favoritos es “Quien quiera honores, que los gane”, olvídate del apoyo incondicional frente a un extraño que te ataca), era que la vida daba dones a ciertas personas, y que igual que podría no tener otros, qué había de malo en tener el de la inteligencia. No coló. Doña Gloria jamás me dio el sobresaliente. Aún así, a veces se encuentra con mi madre y siempre le pregunta por mí. Probablemente debería hacerle una visita.

Hoy le he dicho a mi madre que iba a hablar de ella y de cómo vivimos el 23-f, así que le he pedido que hiciera memoria. Mi versión era que yo había vuelto del colegio, y que hacía los deberes mientras mi madre escuchaba en la radio un pleno del congreso de los diputados, en el que se produciría la investidura de Calvo Sotelo. Mi madre dice que sí, que había vuelto del colegio, pero que estaba en casa de mi vecina. Yo apuesto por mi versión, pero tampoco estoy segura. De hecho, creo recordar como si fuera ayer que cuando se escucharon los primeros disparos, mi madre se lanzó al teléfono de góndola que teníamos, y que creo que acabábamos de poner, para llamar a mi padre y pedirle que trajera de la tienda de mi tío un buen número de alimentos básicos. Demasiado tarde, las líneas no funcionaban. Lo demás fue un maratón de compras de elementos varios de supervivencia: legumbres, harina, sal azúcar, conservas y papel higiénico. No sé qué creía mi madre que podría pasar, pero su gesto me decía que nada bueno.

Mis padres no son heróes. No participan en manifestaciones, casi ni expresan sus ideales en público, todo lo contrario a mí, aunque yo tampoco sea una heroína. Si de ellos hubieran dependido las revoluciones, lo hubiéramos llevado claro. Pero no les culpo. Nacieron en 1925 y 1931 y vivieron los peores años de este país en el siglo XX: La guerra civil y la posguerra. No sólo pasaron hambre y vivieron de cerca la represión en forma de cárcel para sus familiares, muertes en el frente, o penurias económicas, el curso de la historia les arrebató muchas más cosas. Les robó la pasión, el deseo, la irresponsabilidad de la inmadurez, porque mis padres no pudieron permitirse ser irresponsables. En suma, les timaron la normalidad y el derecho a vivir una vida con todas sus etapas. Quizá por eso mis padres se toman la vida tan en serio, quizá por eso valoran tanto lo que tienen ahora, quizá por eso sufren ante mis derroches.

Años después, mi madre repitió jornada de asalto veloz al supermercado, cuando se declaró la primera guerra del Golfo, en 1991. (y me temo que en 2001 volvió a hacerlo tras la caída de las Torres Gemelas, pero entonces yo estaba muy lejos para verlo) Un año antes yo había conseguido el mejor recuerdo del 23-f. Una plancha impresa de una de las ediciones especiales que sacó El País a lo largo de aquella larga noche.

Ahora, bien enmarcada, cuelga de una de las paredes de mi casa. A veces releo el editorial, y a veces la miro y me digo que un día debería preguntarle a mi madre qué pensaba mientras debajo de la almohada sonaba la radio en aquella larga noche de los transistores.

21.2.06

¡Lo que hace un flequillo!

Hace cosa de un mes me paseaba yo por los almacenes del triángulo verde, cuando me paré a ver las maravillosas sombras de la marca MAC, que son como la paleta de colores de Miró pero para pintarse los ojos. De pronto noto la presencia de alguien y pienso, “ya estamos con el ¿desea algo?”.

No recuerdo que me preguntó la chica, porque yo me enamoré… de su flequillo. Dado que tenía una raíz que empezaba a ser como la de los eucaliptos que secan la tierra gallega, unos días después fui a la pelu, y le pedí a Sandra ese flequillo. A ella, que le gusta más meter una tijera que a un obispo hablar de sexo, le encantó la idea, y así de estupenda me ha dejado.

No a todo el mundo le ha gustado. A mi amigos Dani y Little les encanta, pero estas son las declaraciones de Iago al respecto de mi flequillo: “Es muy rococó. No digo que seas Maria Antonieta, pero eso no es lo que se dice un washandwear”. Pues a mí me gusta, y me veo divertida.

Ah, ese es mi amigo Juan, que hace unas fotos estupendas y que es un estupendo amigo y acompañante habitual de espectáculos varios. En la foto estamos muy sonrientes, quizá porque nos habíamos cenado una mariscada con otros amiguetes que no están en la foto, pero que estaban detrás cantando hits de Counting crows, quizá porque el muy cabrón había estado viendo al Madrid en el Bernabeu. ¡Ten amigos para esto!

El cine sin complejos

La pasada tarde - noche (la del domingo 19 de febrero) se entregaron los BAFTA. Estos son los premios que la academia británica de cine y televisión otorga en una gala anual. Simplificando mucho, diríamos que son como los Goya británicos. Pero no, no son como los Goya, porque me temo que los académicos británicos no son tan obtusos como los españoles.

Tendemos a quejarnos de los nacionalismos políticos, algunos por un marcado amor a la patria (yo no entiendo esos amores abstractos, qué vamos a hacerle, a mí me gusta besar lo que amo o disfrutarlo, y así como beso a un tío o a mi madre, o una canción me hace llorar, la palabra patria me dice poco), otros porque los consideramos un atraso y un estorbo a la convivencia sin provincianismos paletos, pero el catetismo cultural también es poderoso, especialmente en el cine español.

No me voy a cebar hablando de la gala de los Goya porque el tema ya se ha quedado viejo, ni voy a hablar de las calidades del cine español, sólo quiero destacar el palmarés de estos BAFTA, en los que una película norteamericana, un actor norteamericano, una actriz norteamericana y unos cuantos norteamericanos más se han llevado el premio a casa. No es que no hubiera películas o artistas británicos, los había, y estaban nominados, como mi adorado Ralph Fiennes (se acaba de separar de Francesca Annis… ¡bien! Esto… pobre, debe estarlo pasando mal) o Rachel Weisz, pero simplemente los otros también lo estaban. No como en los Goya, donde Sarah Polley o Tim Robbins no aparecen nominados en una película que se llevó los principales premios.

Felicidades a Jake Gyllenhaal (Los Angeles, California), que no sé por qué está pasando desapercibido frente a Ledger, cuando creo que los dos personajes tienen fuerza suficiente como para no eclipsarse.

Curiosamente, los norteamericanos, a los que tanto acusamos de mirarse el ombligo, de no ver lo que hay más allá de sus fronteras, han tenido últimamente entre sus nominados a un español (Javier Bardem), a una colombiana (Catalina Sandino), y han premiado a Pedro Almodóvar como autor del mejor guión original.

Aprecio los esfuerzos del cine español y su gente por sacar adelante los premios del cine español, y agradezco que, como han destacado muchos años, no intenten copiar otros premios, como los Oscar, pero quién sabe, quizá ha llegado el momento. De copiar, claro.

Unas risas…

… me he echado esta tarde por Madrid. Primero porque he salido pronto del trabajo, que siempre es una bendición, y además he venido con Quique a Madrid, lo cual garantiza risas. Para colmo me ha invitado a un trozo de bizcocho que había hecho una compañera suya, y que estaba tan bueno como kilos debía engordar (santo Dios, estaba bien compacto, eso en dos días es un arma arrojadiza, y si lo dejas macerar, en un mes es un arma nuclear). Hemos soportado el atasco madrileño con una de nuestras sesiones popular trash, que consisten en poner en el cd del coche (de SU coche) greatest hits de todos los tiempos, como _Libertad sin ira_, _Como yo te amo_, _Dancing queen_, y otros. Entonces bajamos las ventanillas, subimos el volumen y berreamos. Yo tengo buena voz, pero Quique tiene un falsete que supera a todos los Bee Gees y Jimmy Sommerville juntos, así que suelen ser momentos muy divertidos.

Quique me ha dejado en Quevedo, y desde ahí me he echado un paseito (a pesar de que como dice el dicho “hace un brís que corta el cutís”) Fuencarral abajo hasta Gran Vía y Puerta del Sol, para coger ahí el autobús.

Me encanta la calle Fuencarral, es un foco de modernos con tiendas ultracaras y aceras llenas de mierdas de perros de pedigree de los gays pudientes de la zona, que son muy estupendas y muy divinas, pero al final son tíos guarros, como (casi) todos. He mirado escaparates, viendo lo más trendy de la city, he entrado en Desigual porque aún tienen rebajas y me encantan sus camisetas, y me he reído con una t-shirt súper cool que había en otra tienda y que ponía bad bush, junto a una foto del actual presidente de los EE.UU, y good bush, junto a la foto de un monte de Venus tapado por un escaso bikini. Para los no anglófilos, bush (arbusto). No pienso explicar más el chiste…

He bajado por Gran Vía hasta Callao, y he entrado en la FNAC. Cualquier día pediré al gobierno que declare el shopping una enfermedad. Lo siguiente será que junte a mi familia y les diga, muy dramática: “padres, hermanos, cuñaoooooos (¡sí, soy muy básica, qué passa!) sobrinos… Me llamo Silvia y soy adicta a las compras”, para después pedirles que vayan a la FNAC y al H&M (creía que los suecos eran eficientes, pero aún nadie se ha puesto en contacto conmigo para ofrecerme un banner) y den mi nombre y me prohíban entrar como a las viejas al bingo de su barrio.

Como era de esperar, me he comprado dos libros. Me gusta mucho leer, pero creo que me gusta más comprar. No hay nada mejor que ir a la FNAC a mirar libros. Yo veo el título, miro la editorial, leo las pestañas… y la verdad, suelo acertar. Hoy han caído dos: _City_, de Alessandro Baricco, y _El curioso incidente del perro a medianoche_, de Mark Haddon. Este último viene avalado por las excelentes críticas de medio mundo, y como yo necesito seguridad… Por cierto, que me ha faltado un pelo (y dinero, que este mes voy fatal, gracias, Dios, por hacer un mes de 28 días) para comprarme _V de vendetta_ recién reeditado, seguramente para aprovechar el tirón de la peli.

Contenta y cargando con mis libros he llegado a Sol, y ahí ha llegado la segunda risa de la noche. Al dirigirme hacia la parada del bus, he visto el siguiente anuncio:


¡Qué talento el del publicista! ¡Qué forma de usar los medios más al alcance y lo que nos rodea (obsérvese que el edificio está en reforma, la calle en la que se asienta también, y hasta el semáforo anda ahí medio provisional) aunque sea para vender un producto. Lástima que muy pocos tengan dinero para pagar un viaje fuera de Madrid hasta que lo acaben.

14.2.06

Si es que no se puede tener todo

Los tiempos están cambiando. Antes los papeles estaban más que repartidos, el hombre trabajaba fuera para ganar dinero y la mujer se quedaba en casa, lavando la ropa, limpiando, atendiendo a los nenes… todo era armonía, cariño en el hogar y reposo del guerrero.

Ahora, las mujeres queremos más. Exactamente se trata de eso. No es que queramos vivir mejor, más años, o con más calidad de vida. Queremos ser más perfectas, más delgadas, más buenas madres, más jefas, más ricas, con más responsabilidades… y así no se puede, nenas.
Luego vienen los lloros, las frustraciones, y los arrepentimientos. Yo, que nunca me he considerado muy mujer (esto puede parecer confuso, pero no lo es), me siento como si no estuviera siguiendo el camino marcado. Pero da igual, soy una chica de hoy, independiente, con trabajo y casa propia, así que me cago en los remordimientos educacionales, en las frases populares y en el arroz Brillante y sigo p´alante, que es lo que todo el mundo espera de mí.

Si es que, aunque proteste, en el fondo soy obediente. Además, ellos también tienen sus problemas. Al menos nosotras sabemos andar con falda y con pantalones, no como el pobre Francis Montesinos.

8.2.06

Cambios drásticos e iniciaciones

He decidido que mi vida tiene que cambiar. Tengo la costumbre de hacer de la vida un drama, pero esto está pasando de castaño a oscuro. Todo me preocupa, todo me incomoda, y cada vez soy más insegura. Para colmo, tengo la sensación de que los demás no me creen cuando lo digo, que piensan que sólo lo hago para llamar la atención y para que me digan que no, que soy estupenda y con mucho talento.

Son muchas las cosas que tengo que hacer para cambiar esto. Tranquilizarme, sacarme el carné de conducir, dormir más horas, hacer ejercicio, hacer dieta, ahorrar… Como va a ser muy difícil hacer todo eso, he empezado por leer comics. Bueno, puede parecer una tontería, pero no lo es. Desde los “Astérix” de la niñez, y si exceptuamos “Mafalda” y las viñetas de Forges o “El jueves” (bueno, también he leído “El clic” de Manara, pero porque era guarrete) no había leído cómics, una afición que siempre me ha parecido un poco de tíos. Me negaba en redondo, alegando que no sabía leerlos, que no los entendía.
Finalmente, y tras muchas recomendaciones, Juan me dejó “Watchmen”, un clásico. Creo que han pasado ya seis meses, pero ayer empecé a leerlo y me está encantando.

Quizá porque las viñetas están bien ordenadas y está muy bien escrito, con el sabor de una novela negra mezclada con superhéroes llenos de contradicciones. Me alucina que cada capítulo acabe con uno de una novela imaginaria escrita por uno de sus personajes. ¡Qué bien que le he dado una oportunidad!

Ya sólo queda que me dé otra a mí misma.

9.5 en la escala Richter

Eso marcó la Terremoto de Alcorcón el pasado viernes en el cool, un local muy idem en el centro de Madrid. Había oído hablar de la terremoto gracias a Little, que es fan de cualquier mariconada que encuentre en la web. Por supuesto, ahora cualquiera que se mueva por Internet sabe quién es la terremoto de Alcorcón, porque como ella misma dice: “soy la número seis en los vídeos más buscados del mundo, porque claro, ellos creen que van a ver a la Madonna, y luego me ven a mí”.

Efectivamente, ella es la autora de la estupenda parodia del “Hung up” de Madge, con esa reconversión cañí del “Time goes by so slowly”, por un algo más castizo “taim gous bai, con Loli”. En realidad, gracias a la terremoto todos hemos reversionado el tema. En mi caso, Mariano y yo lo usamos para darle caña a una compañera de trabajo que es un poco barriobajera, así que cuando está de buenas (no hay que decirle nada a una de Orcasitas si está de malas) le cantamos: “taim gous bai, con Choni”.

Allí estaba yo el viernes con un grupo de amigos, dispuestos a sorprender a un invitado catalán con un momento “Madrid me mata”, cuando al fin me topo con Mariano y a otro compañero, con los que había quedado en encontrarme. Si por mí hubiera sido, hubiera pasado la actuación con mi alto de 2m delante, como me ocurre siempre que voy a un concierto (no falla, es algo científico, lo juro). Pero ahí estaban mis compañeros, para llevarme, como una reina, a la primera fila. Al grito de “¡Delante hay sitio!”, nos lanzamos buscando a la diva. Y a fé que lo logramos. Con algunos empujones (Little, qué malas son las maricas), pero lo logramos.

Delante de mí se encontraba la Terremoto, mujer de figura contundente (vamos, que tiene unas tetas que impresionan, y para que a mí me impresionen unas tetas cuando tengo que cargar cada día con las mías…) y de voz aún más contundente, interpretando sus peculiares versiones de los jitazos de toda la vida. A la famosa versión de Madonna hay que unir las no menos ingeniosas de “Thriller”, “Love is in the air”, o “I will survive”.

La Terremoto es una artista de las de toda la vida, una Celia Gámez de extrarradio, una Sara Montiel de las discos de ambiente. Pasea su arte por el escenario y se muestra como una diva caprichosa. Ella no atiende las peticiones del oyente, así que cuando le da la gana, dice que va a acabar, y ante los requerimientos para que interprete “Love is in the air”, dice altanera: “Que no me sale del coño, joder, que llevo cantando el love is in the air (“el lovis in di er”) seis años en la carroza del Shangay. Así que ella manda, y canta de nuevo por Madonna.

A mí me gustan todas, pero me quedo con la de “I will survive”, renombrada por la Terremoto como “Sin afeitar”. Aquí dejo unas líneas de su portentosa letra. ¡Tú sí que sabes, Terremoto!

“Sin afeitar, se me ha olvidao,
los pelos salen de mi piel ya no los puedo controlar,
ni con la cera, ni la láser, la Gillette no apura ná
que viva el vello qué cojones, quiero ser una osa más.

He salío sin afeitar, qué passsssa".

Ah, todos los hits de la Terremoto, aquí: http://www.laterremotodealcorcon.tk/