30.12.06

Miserias humanas

Hoy me he levantado decidida a finiquitar mi carta a los Reyes Magos, que ya va un poco tarde y sus majestades comienzan a impacientarse. Estaba ilusionada mirando mi larguíiisima lista de libros mientras, ya duchada y vestida, me tomaba un café calentito y unas tostadas con aceite cuando la radio y sus señales horarias me han amargado el día. Saddam Hussein ha sido ejecutado y E.T.A ha hecho estallar un coche bomba en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Nunca trato la actualidad en este blog, siento (y sé) que no estoy lo suficientemente capacitada para analizar las noticias cual tertuliano mañanero, pero hoy quiero hacer mi análisis propio, y lo y lo voy a hacer porque no soy una experta en actualidad, pero tengo muchas ganas de ser feliz y que los demás lo sean, y sobre todo tengo dos dedos de frente y el mínimo sentido común y moral cristiana (o musulmana, o budista o lo que sea, porque al final las religiones lo único que predican (y de lo que nadie parece darse cuenta) es que uno debe ser buena persona) para saber que no debe asesinarse a nadie bajo ningún pretexto.

La bomba de ETA mata la ilusión y la esperanza concebidas una mañana de marzo al abrir una página de periódico en Internet. Aquel día, mientras lo vociferaba en mi trabajo, algunos se mostraron escépticos, por no decir incrédulos, y yo no podía creerme que alguien se dedicara a pensar que no iba a salir algo que quiero pensar que todos queremos que salga. No sé si el tiempo les da la razón, seguro que el lunes muchos vuelven a soltar sus discursos desde el púlpito de la mala leche, el mismo desde el que los domingos (y todos los días) deberían proclamar el amor y el entendimiento, pero yo doy por bueno todo lo hecho por intentar la mejor salida a un conflicto que sigo pensando que acabará más pronto que tarde, pero que, por mucho que se mire hacia otro lado, necesita una solución, no un puñetazo en la mesa.

La ejecución de Saddam Hussein me devuelve a la memoria el asesinato de Ceaucescu, cuando con 17 años me asombraba ver la foto de un presidente ejecutado, y con él el mismo sentimiento de sentirte de vuelta a tiempos no vividos. Veo la foto del dictador iraquí con la soga al cuello y no me reconozco en esta época, en este 2006 que acaba y que lo mismo podría ser 1906 que 1406, sólo que entonces había peces y ahora ya casi ni quedan. Lo demás es igual; la gente se muere de hambre, la gente se mata y, por fortuna, la gente se ama. Y gracias a eso el mundo sigue girando.

Sé que este es el típico post lleno de tópicos, que a algunos les parecerá horrible porque parece que hablar de amor y entendimiento es de horteras que compran postales de Anne Geddes (puajj), pero me da lo mismo. Necesitaba mostrar mi desilusión ante un mundo que no mejora, y como es mi blog pongo lo que me da la gana, y me da la gana decir que me cago en todos los hijos de puta que vienen a amargar la vida a los demás, porque además del amor, y como Earl Hickey (por favor, recomiendo encarecidamente esta serie), creo en el karma, y en el refrán favorito de mi familia: “Arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos”.

29.12.06

Body combat

Me he apuntado a un gimnasio. Cualquiera que me conozca (especialmente mis hermanos), a estas alturas habrá cerrado el blog, puesto los ojos en blanco y movido la cabeza a los lados como diciendo “no tiene remedio”, o seguirá leyendo pensando: “¿A ver cuánta pasta se ha dejado esta vez?”

No me extraña; soy la persona que más dinero se ha dejado en actividades no completadas: Gimnasios, clases de idiomas (menos mal que el inglés lo tengo bastante controlado), academias de arte dramático, centros de adelgazamiento y mi especialidad, las autoescuelas. Pero esta vez es diferente, o era diferente. No me he apuntado sola, dependiendo únicamente de mi (escasa) voluntad, lo he hecho con dos compañeros del trabajo, Jose y Milena, que cada día a las 14.00 me apuran para que vayamos corriendo. Esa rutina está a punto de acabar, porque hoy viernes apagamos la tele y acabamos aventura, así que a partir del martes dependeré de nuevo sólo de mi (¿he dicho escasa? Quería decir nula) voluntad. Pero hasta el martes me quedará la ilusión de pensar que quizá aparezcan dos trabajos cerquita del actual, porque me he apostado con mi director que seguiré yendo, aunque sea sola (él afirma que me paga una comida si voy al menos ocho veces al mes; pobre, no sabe que yo NUNCA pierdo apuestas) y también para que Jose, Milena y yo podamos seguir descojonándonos en las clases de Body combat.

Sí, ayer fui a body combat, y salí sintiéndome Drew Barrymore en Los ángeles de Charlie (ya, ya sé que Cameron Díaz y Lucy Liu son más guapas y más finas, pero no tienen el pasado ni la capacidad de supervivencia de la niña de E.T). Golpes, puñetazos, comba fingida y hasta patadas voladoras salieron de mi cuerpo oxidado al ritmo endiablado del Somebody told me, de los killers (Dani, en el próximo concierto triunfo entre los modernos), a la vez que trataba de mirar a mis compañeros para ver si ellos eran capaces de coordinar movimientos o estaban tan perdidos como yo.

Según cuenta internet (por cierto, buscando esta información, puse body contact en vez de body combat. Pinchad en el link del término erróneo y veréis qué risa (¡en qué andaré yo pensando, señor!)), el body combat es un programa de entrenamiento basado en la combinación de varias artes marciales como karate, taekwondo, kung fu, kickboxing, muay thai y tai chi. Internet también dice que sirve como técnica de defensa personal, pero la verdad es que no acabo de verme lanzando patadas voladoras a cualquier peligroso delincuente que quiera agredirme, que en el fondo yo soy persona de buena voluntad y no creo en la violencia.

No sé si pensar lo mismo de la monitora, que al grito de “¡Uppercut, uppercut!”, (esto viene a ser el gancho de toda la vida) y “¡Go, go, come on!”, nos fue enseñando golpes, patadas, desplazamientos y coreografías varias, con la misma voluntad que el Sargento Foley de Oficial y caballero. La verdad, ahora dudo si disfrutamos más de la clase o del entusiasmo de la monitora. Prometo volver. Para pasármelo bien, pero por supuesto para ganar la apuesta.

27.12.06

Auge y caída del sueño londinense

Esta mañana me he despertado con muchísimo sueño, de esas veces que te sientes literalmente incapacitada para quitarte de encima el nórdico, apoyar el pie en la zapatilla y abrir la ventana para recibir de inmediato la bofetada del viento invernal que, sin embargo, mi gata saluda con un salto directo al alféizar, desde donde observa, convenientemente asegurada por una mosquitera metálica, el vaivén de los pájaros.

Es rara mi gata, creía que poco a poco se había creado su propia rutina de actos: Venir por las mañanas a despertarme subiéndose en la cama y metiendo su hocico impertinente hasta que abro el ojo y me levanto. Saltar y esperarme a los pies de la cama a que abra la ventana para asomarse. Seguirme después a la cocina para que le dé su ración mañanera... pero no, cada vez lo hace de una manera. Igual un día me despierta maullando o tirando algo para hacer ruido que sólo mira la ventana sin subirse a ella. Eso sí, lo de la comida no falla.

Bueno, el caso es que me he levantado dormidísima. Tras ducharme, vestirme y desayunar, he ido a recoger un paquete a correos, donde me han tenido un buen rato esperando, para volver el señor, cabizbajo y creo que avergonzado (igual alguien le ha hablado de mi fama de montapollos), a decirme que no lo encontraban, pero que si les daba el teléfono, me llamarían para comunicarme si había aparecido o no. Le he dicho que esperaba que no me dijera que no había aparecido, y el señor me ha garantizado que aparecería. He llegado al trabajo, tarde y contrariada, sin apenas darme cuenta de que es mi última semana de trabajo allí. Medio tristona, mientras visionaba unas cintas, me he acordado de que ayer, navegando sin rumbo por Internet, dí con la página oficial de Rufus Wainwright, creo que buscando la fecha de lanzamiento del que será su quinto disco, “Release the Stars”. En ese momento he recordado que, mirando fechas de conciertos, ví que daba uno en Londres el 25 de febrero, igualito que aquel que ofreció en el Carnegie Hall neoyorquino el 14 de Junio del pasado año. En aquella ocasión llamé a mi amigo Monty, para comunicarle que Rufus W. iba a hacer, canción a canción, el mismo repertorio que Judy Garland cantó en 1961 en el mismo teatro, y le prometí que, si me tocaba la primitiva, ambos nos cogeríamos el avión, alquilaríamos una planta del four seasons, y nos iríamos al concierto como dos reyes.
No me tocó la primitiva, y ambos nos quedamos sin poder ir al concierto. Hoy volví a marcar el número de mi amigo, pero sin promesas ni sueños. Fui clara:

Yo: “¿Qué haces el 25 de febrero?
Él: Pues creo que nada...
Yo: ¡Perfecto, vámonos a ver a Rufus Wainwright a Londres!”

La verdad, fue fácil de convencer. Entonces me dí cuenta de que sería feo no invitar a quien nos descubrió la mágica voz, el enorme ego y la genialidad de ese cantante. Así que con las mismas llamé a Dani y le hice la misma proposición. Yo ya me veía en Londres, abrigada hasta las orejas, disfrutando de una ciudad que siempre siento no haber aprovechado más, lamentándome de nuevo de no haberme atrevido al momento “Au pair”, camarera de Mc Donald´s o recogedora de fresas, mirando tiendas, envidiando teatros, cotilleando discos, cuando la realidad me ha aplastado. “Tickets sold out”, me ha comunicado Dani. No ha habido ni que esperar al sorteo de la primitiva que, por otra parte, me dejó unos jugosillos 10 euros este fin de semana. Cabe la posibilidad de ir a París el 20 de febrero, pero un martes no es el mejor día cuando apenas llevas un mes en tu nuevo trabajo. ¿O sí?

22.12.06

Respondiendo a la provocación

No me gustan las cadenas de internet, y siempre se suelen romper cuando llegan a mi dirección de correo. En el fondo, y aunque yo siempre digo que soy muy normal, me molesta sentirme parte de la masa. Pero me lo pide el paseante, y lo hace a modo de espoleo, para que espabile y vuelva a este blog huérfano de historias desde que en Septiembre me decidiera a contar mi viaje a NY. Quizá porque no puedo olvidarme de esos diez días, quizá porque sueño continuamente con volver, quizá porque cuando cuento a alguien que estuve allí se me encienden los ojos y me dan ganas de llorar… quizá por todo eso no fui capaz de seguir escribiendo. Pero el paseante me pide que vuelva y yo vuelvo, primero porque soy obediente, y el paseante tiene ese aura de profesor de BUP del que te enamoraste y del que seguías cualquier consejo, y porque en el fondo yo misma sé que adoraba escribir aquí, a pesar de todas las noches que me he quedado mirando la pantalla, leyendo antiguos posts y tratando de averiguar qué quedaba en mí de aquella Silvia que escribía de forma incontenible en enero. Sin saber cómo, me he visto incapaz de verter una sola letra, por más que mil ideas me bulleran en la cabeza. En estos meses he querido hablar de muchas cosas: de un día de septiembre en el parque Warner, donde mis carcajadas subían y bajaban tras los raíles de las montañas rusas, del magnífico concierto de Bruce Springsteen en Las Ventas, de lo difícil que se hace vivir en Madrid, de lo maleducada que es la gente, de la llegada de un nuevo año a mi vida, de mi tristeza infinita, de mi alegría infinita, de los jueves de cañitas zombies, el mejor invento del mundo, y sobre todo de amor. De amor que viene y de amor que se va, como sube y baja una montaña rusa en un día de septiembre en el Parque Warner. Pero sólo me quedaban fuerzas para mirar la pantalla y leer (poco) el trabajo de los demás en otros blogs.

Pero el paseante me desafía, y yo respondo. Cuenta en su blog que otra amiga le ha retado a seguir una de esas cadenas, que consiste en (lo voy a copiar, Joan, soy muy vaga y no me explico bien, lo siento) lo siguiente: “tomar el primer libro que tengas a la derecha de la librería, que recorras sus páginas hasta alcanzar la 123, que busques la quinta línea y que copies el párrafo siguiente.”

Miro a la derecha de mi mesa, donde comienza la hilera de estanterías llena de libros. Hay varias baldas, por lo que hay varios libros que superan esas 123 páginas. En una de ellas está el No logo, de Naomi Klein, un tochazo antiglobalización que se hizo muy famoso hace unos años, en otra Mis inmortales del cine, esa serie que hizo Terenci Moix en el que lo más maravilloso (perdón, sr. Moix, esté donde esté) eran las fotos de estudio de las grandes estrellas de los años cuarenta. Finalmente decido coger el que está primero en la balda que queda a la altura normal de mi brazo.

Es Harry Potter y la piedra filosofal, el primero de los seis libros de la famosa serie de J.K Rowling. Me voy a la 123, busco la quinta línea, y esto es lo que me encuentro:

“O, al menos así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor, que los hizo protestar a todos. Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves… y Griffindor y Slytherin aprenderían juntos.

-Perfecto– dijo en tono sombrío Harry-. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.

-No sabes aún si vas a hacer un papelón-dijo razonablemente Ron-. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.”

No es le mejor párrafo del libro, desde luego, así que deberán confiar en mí si les digo que cada novela es realmente buena, que te engancha de principio a fin y que es un clásico inmediato.

El caso es que ahora, y después de copiar todo, me doy cuenta de que antes de la estantería, había otro libro que me he saltado. Al lado del teclado, enterrado bajo papeles, pendientes, kleenex, un sobre de antigripal, un cd virgen y una diadema está Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades, de Harold Bloom. Me lo regaló Roberto, uno de mis mejores amigos, y es un regalo muy especial. Yo cumplí años el 14 de noviembre, y Sara, una amiga común, el 15. Puesto que Roberto los cumple el 7 (es el siete, no?), decidimos hacer una fiesta conjunta, en la que las chicas recibimos dos estupendos regalos. El libro de Bloom y uno de Vila-Matas. Yo elegí el de Bloom y Sara el de Vila-Matas, y al abrirlos nos encontramos la sorpresa. ¡Ambos estaban dedicados por sus autores! De una forma misteriosa, sugerente y práctica. Dado que yo me llamo Silvia y mi amiga Sara, ambos están dedicados a S, dejando así que cada pudiera escoger regalo. Claro que, por más que la dedicatoria de Vila-Matas pueda estar bien, la mía tiene un sonoro y exótico “Mazel tov”. Veamos que hay en la página 123 (son 694) tras la quinta línea:

“No hay duda de que estoy en el buen camino”, pensaba Keawe. “Esos trajes nuevos y esos coches son otros tantos regalos del demonio de la botella, y esos rostros satisfechos son los rostros de personas que han conseguido lo que deseaban y han podido librarse después de ese maldito recipiente. Cuando vea mejillas sin color y oiga suspiros sabré que estoy cerca de la botella.”

Corresponde a un relato de Robert Louis Stevenson, “El diablo de la botella”, uno de los muchos que Bloom incorpora en este tochazo que sólo podré leer en casa por causa del peso, en esa butaca naranja del Ikea que he colocado frente al ventanal de mi salón, y donde los fines de semana, y tras empujar a Salsa para que la deje libre, y con las gafas de sol puestas para no quedarme ciega, dejo pasar las hojas deseando que el sol se quede siempre calentando mi cuerpo destemplado del invierno.

21.12.06

Despedida y cierre

Esta mañana he abierto la nevera para coger el brick de leche, y aunque la tengo llena de imanes que he comprado o me han traído en numerosos viajes, desde Nueva York a Japón, de Berlín a Lanzarote, este es el único que he visto.


No es realmente así; inexplicablemente nunca me han despedido de ningún trabajo, pero el resultado es el mismo. Adiós a un año y tres meses de trabajo, adiós a los compañeros, adiós a un programa al que tenía mucho cariño. Adiós a unos meses de mi vida en los que se han conjugado los peores momentos de estos 34 años y también algunos de los mejores. Adiós al altarcito que hice al lado de mi escritorio, lleno de fotos de Rufus Wainwright, combinadas al alimón con Franz Ferdinand, Arcade fire, Ashton Kutcher, Hugh Jackman o el mismísimo Doctor House.

Adiós a Mariano, que le dio nombre a este blog, me pegó la palabra “absurda”, y es un ser brillante.

Adiós a Jose, que me acuñó dos nuevos motes: “Mecha divertida” y “la Pechos”, por razones obvias.

Adiós a Óscar, que no me ha querido presentar a su hermano, pese a que sabe que sería buena para él.

Adiós a Bea chunga, que era la única que entendía mi cariño a José Vélez.

Adiós a Jose “Julito”, que me explicó qué era un chiste bastardo.

A Milena, que me ha querido, me ha gritado y me ha obligado a ir al gimnasio.

Adiós a Dani, que ha aguantado mi peor momento laboral sin quejarse (aunque le caiga mal).

A Marta, que la quiero bastante aunque nunca nos haya traído nada de la carnicería de su padre.

A Nuria, que hizo de estilista conmigo para que no fuera hecha una mamarracha a una boda.

A Laura, que nos ha atiborrado de pipas los últimos meses.

A Silviame, que me hizo la mejor guía de Nueva York.

A Juanma, porque le quiero y no podré decirle “mira lo que te pierdes por haber tenido un hijo”.

A “Munta”, que apoyaba mis quejas respecto a la puerta.

A Tania, que cada día me recogía y me dejaba en “los palitos”.

A Quique, porque desde que se fue a la Sexta la vida no volvió a ser igual.

A Nerea, que habla bajito y conoce el último vídeo cachondo del Youtube.

A Capi, con la que me volví a encontrar después de un adiós anterior.

A Angelina, que en otra vida fue el ratón Mickey.

A María, que pasa más tiempo leyendo los ingredientes de las comidas que comiéndoselos.

A Carolina, que tuvo más fuerza de voluntad que yo y ahora está guapísima.

A Rocío, que va muy mona siempre, y todo le ha costado diez euros.

A Sagra, que todavía le duele el manotazo de este verano.

A Gerardo, que al final consiguió cambiar de móvil.

A Helena, con la que aún no he coincidido en ningún concierto, y al ruso, aunque no me invitara a su cumpleaños.

Sí, seguro que me olvido de alguien. Mis disculpas. A fin de cuentas, igual es un adiós más corto de lo que pensamos, y si no lo fuera, siempre nos quedarán las fotos de la fiesta. ¡Suerte para todos!