25.4.07

El fin de la espera

El 28 de abril de 2005, Daniiii escribía en mi lista de amigos (mensaje 18.362 de los 55.000 y pico que llevamos escritos desde el 26 de diciembre de 2001, ahí es nada) sobre un tal Rufus Wainwright. Acababa de llegar de su concierto en Barcelona, y hablaba con entusiasmo de un artista al que casi no conocía y al que había ido a ver un poco por ver qué tal. En su crítica, hecha desde la emoción y el cansancio, destaco varios párrafos:

“Cuenta el amigo Rufus con una voz excelente. Muy simpático el tipo, nos ha felicitado por la legalización del matrimonio gay, añadiendo que no le había extrañado que ya hubiera saltado “Benedict the… fucker”. Ha dicho que igual es un buen tipo, que él normalmente no juzga el libro por la portada, pero que con un papa es difícil equivocarse.”

“El momento estelar ha sido el primer bis (¿se llama bis verdad? A estas horas dudo…). A media canción Wainwright se ha quitado la americana, y después la camisa, revelando una especie de camiseta negra cortada por delante. Después se ha bajado los pantalones y se ha puesto unas alitas. Y ahí estaba el chaval, en tanga semibajado, vestido de hada.” Bueno, esta era la pinta de Wainwright vestido de “hada” (qué concepto más raro tienes de las hadas, Dani) en Barcelona:

Copy de la foto: Popium. http://www.fotolog.com/popium

Envidio a Dani por muchas cosas, casi por tantas como le quiero, pero el amor y el odio que siento por este maldito veinteañero que se está apurando la juventud a tragos sin ni siquiera probar el alcohol convergen en este hombre:

Le envidio por haberle visto sin casi conocerle, que no hay nada mejor que disfrutar un concierto sin saber nada del que lo da, viviendo por primera vez la experiencia de escucharlo, descubriendo cada una de sus canciones, enamorándote de su ritmo, y soñando con llegar a casa para poder tenerlo todo y empaparte bien de su música. Y le quiero por darlo a conocer, en ese gesto de generosidad ególatra que es contarle a los demás que has descubierto ese cantante al que no puedes ponerle un pero. Curiosamente todos le habíamos escuchado antes, porque el que más y el que menos tenía oída (en mi caso hasta la saciedad) la B.S.O de Moulin Rouge, y por tanto ha escuchado Complainte de la Butte, pero aunque la canción me encantaba, no conocía a su intérprete.

La música de Rufus Wainwright llegó a mi vida en un momento muy especial, pero también muy difícil. Llegó cuando estaba reencontrándome conmigo misma, con mi familia, con mis amigos y con mi ciudad, después de seis años maravillosos, pero con un final no tan maravilloso. Apenas me había incorporado a un trabajo nuevo, y apenas empezaba a aprender lo que era vivir sola. Estaba asustada, como cada vez que empiezo un trabajo nuevo, estaba triste, como cuando pierdes algo que has querido mucho, y estaba absolutamente perdida. Y lo que es peor, estaba encerrada en mí misma.

Seguí encerrada mucho tiempo, pero esa música me acompañó en la soledad voluntaria que elegí, en esas tardes en casa, evitando las llamadas y rechazando las manos tendidas de mis amigos, de mis hermanos, de mi cuñada y hasta de mis sobrinas.

Recuerdo perfectamente el primer día que le presté atención a Rufus Wainwright. Sería principios de mayo, y ya hacía muy buen tiempo, como esta noche en Madrid, en la que un termómetro marcaba 24 grados a las diez menos cuarto. Salí de casa con el i-river que me regaló Antonio (Gracias de nuevo; por el i-river, por el i-pod, y bueno, por más cosas… ), y con muchos temas de RW dentro de ese pequeño reproductor. Ya llevaba un par de días escuchando algunas canciones de “Poses”. Me encantaba “California” y “Cigarrettes and chocolate milk”. Por cierto, que este verano no me pude resistir y probé el “chocolate milk" en uno de los famosos diner de Nueva York.

Ese día salí de casa y cogí el 20 camino a mi trabajo. Imagino que fui escuchando el Poses, y al acabar, comenzó el Want one. Supongo que me impresionó “Oh, what a World”, por lo original de su propuesta, una versión pop del bolero de Ravel. Entonces comenzó “I don´t know what it is”. El 20 atravesaba Menéndez Pelayo y el día estaba un poco nublado. Puse atención a la canción, con la cabeza apoyada en la ventana, viendo pasar las rejas, las puertas, los árboles y los columpios del Retiro. Dejando atrás a viandantes que esperaban para darle el paseo matinal al perro y a los corredores de footing. Seguí la voz susurrante de Rufus, que enlaza una sílaba con otra, casi sin respirar, alargando las palabras. Sentí introducirse poco a poco los coros, los violines, la sección de viento… y sentí como esa canción iba creciendo. Desde el estómago a la garganta, desde el pecho a los lagrimales. Para cuando llega a “I was hoping the train was my big number…”, el autobús doblaba Menéndez Pelayo y cogía O´Donnell, y yo lloraba como una descosida, absolutamente embriagada por ese tema que escuché casi cada día durante meses. Tras ese vinieron muchos más, porque lo bueno que tiene llegar tarde a todo es que cuando llegas, tienes mucho por descubrir. Fueron meses de gozo musical permanente. “Go or go ahead”, “14th street”, “The art teacher”, “Dinner at eight”, “the one you love”, “Beauty mark”, “The consort”, “Matinee idol”, “Little sister”… Meses muy difíciles, sí, pero seguro que menos de lo que hubieran sido sin esa música.

Ya he hablado muchas veces de Rufus Wainwright en este blog. Y en mi fotolog. Y en los mails. Y en tantas y tantas conversaciones. He conseguido hacer nuevos rufusófilos y por lo "bajini" he criticado a los que no les ha gustado y han tenido la desfachatez de decírmelo. He estado en cuatro conciertos y asistiré al quinto este verano. Me he lamentado por no poder verle tres veces, la tercera de ellas hace tan solo unos minutos. Es probable que muchos de mis amigos no hayan llegado hasta aquí porque habrán visto la foto y habrán pensado: “Ya está otra vez Silvia con ese pesado de Rufus “Güeinsfoins””. Y tendrán razón, como siempre. Pero qué le vamos a hacer, yo tiendo a la pesadez, al cansinismo y a la repetición. Así que volveré a decir que, aunque parezca hortera, aunque esté rebajándome a los más ínfimos niveles de la fan insoportable, “cuando escuchas a Rufus Wainwright te cambia la vida”. Llevo ya unas horas escuchando “Release the Stars”, su quinto disco.

Lo hago a la vez que escribo, sintiéndome atrapada de nuevo, sabiendo que descuidaré mis deberes. Que mañana iré al concierto de Joan as a police woman sin repasar sus temas. Que iré al de Bloc party sin repasar los suyos. Que llegará el Summercase y el FIB y todavía andaré descolocada, descubriendo nuevos sonidos, leyendo letras que a veces me son inexplicables y sintiendo que ha vuelto a cambiarme la vida. Para mejor, claro. Siempre para mejor.

19.4.07

Homenaje

Esta es mi propia versión de la famosa boca con lengua que han hecho míticos los Stones y que ya sé que no creó Warhol porque para eso existe el Google. Y también en homenaje a Google, que tantas veces nos ha salvado la vida y nos ha ayudado a vacilar, ligar, saber lo que es un dirty Sánchez (por cierto, ¡qué necesidad!) y muchas cosas más que se me ocurren, ahí va este link que me ha pasado Churchill, porque sí, porque me conoce (y me quiere) bien.

http://www.usaelputogoogle.com/

¿Por qué mentar a los Stones? Sí, así es. Tengo una entrada para ver a sus satánicas (y viejuníiiisimas) majestades. El año pasado resistí, alegando que estaban muy acabados y que no quería ver cómo se les rompía una cadera en directo. El tiempo me dio la razón y Keith Richards acabó cayéndose de un cocotero, porque quién sabe por qué los viejunos son tendentes a subirse a los sitios, ignorando que, si ya la vista no alcanza y la sangre no llega con fuerza a todas partes, a ver por qué va a estar mejor el sentido del equilibrio.

Este año lo intentan otra vez, y este año he caído. Pero no es mi culpa. Yo soy una persona débil y Gafulis es un tipo muy insistente que llevaba meses dando el coñazo con las malditas entradas de los Stones. Esta frase fue definitiva en el proceso de comida de tarro: “Tía, un día le contaremos a nuestros nietos que vimos a los Rolling”. Y claro, ante ese momento abuela moderna, no hay quien se resista. Luego, ya con la entrada comprada, he pensado que él lo tiene más fácil porque tiene un hijo, y llevo todo el día dándole vueltas a si habrá usado el recurso del reloj biológico sólo como maniobra para convencerme. No se puede ser tan cruel. ¿O sí?

De cualquier modo, mi debilidad va siendo cada vez más residual, y en los últimos tiempos he dado algunos puñetazos en la mesa. Gafulis quería estar muy cerca: “Quiero estar tan cerca que Keith Richards pueda esnifarme la caspa de los hombros como se esnifó las cenizas de su padre”. Hoy, a las 07.20 de la mañana, y aunque a esas horas no estoy muy para dar puñetazos, me he negado a sacar entradas de pista, porque soy mayor, pequeña, y porque todavía me acuerdo de los franceses (alguien que ha vivido en Francia, y cuyo anonimato respetaré me confirma que son un pueblo tirando a guarro ;) que me atufaron en el concierto de Muse, que era en octubre, así que no quiero imaginarme lo que puede ser eso un 28 de Junio, y después de horas de solaera haciendo cola para coger sitio. No, no, eso es para tarados, pobres o afortunados de más de 1.90. Y yo no soy nada de eso.

A estas horas no sé si alegrarme, empezar a estudiar las canciones, comprarme unos prismáticos para contar todas las arrugas de Mick Jagger, o rezar para que cancelen y me devuelvan el dinero. O pensar en tener hijos para tener nietos a los que contarles que su abuela vio en directo a los Rolling Stones.

18.4.07

Mika y las modas

Me gusta ir a la moda. No soy lo que se llama una “Fashion victim”, claro. Primero porque no tengo dinero, segundo porque no tengo estilo, y tercero porque no tengo talla. Mi cuñada añadiría: “y porque ya no tienes edad”, pero bueno, como soy yo la que escribo, pues no lo pongo.

Me divierte ver lo que se lleva cada temporada, ojeando un domingo en pijama, y al sol de mi ventanal, las revistas de tendencias. Mi favoritas son el “Elle” y el “Vogue”. Suelo comprar dos ejemplares al año, como mucho, y siempre juro que no lo volveré a hacer. Primero porque me da pena por las selvas amazónicas ese gasto de papel, segundo porque no sale una maldita tía parecida a mí en toda la revista, y tercero porque los precios de las ropas, complementos y hoteles son absolutamente obscenos. Vamos, que de todo lo que sacan, te puedes comprar el libro del mes y a lo mejor un pintauñas. Lo demás, se pasa de presupuesto y además a ratos da vergüenza y cargo de conciencia por la vacuidad y el lujo gratuito que despiertan. Aún así, me sirve para ver las tendencias de maquillaje, para esos días que me gusta ponerme como una puerta. “¿Y por qué te pintas, si las chicas estáis mejor así, más naturales?” No contestaré preguntas estúpidas. Por favor, déjeme continuar tranquila.

Otra cosa que me divierte es pasearme por las tiendas. Al final acabas siempre comprándote algo en “temporada”, para ver cómo en cuanto se acerca el buen tiempo, o comienza el invierno, todas sacamos los trapitos nuevos con la urgencia del que piensa que se va a morir y entonces será tarde para lucir los peeptoes que te has comprado y con los que te vas a helar los dedillos que sobresalen hasta que haga el tiempo adecuado para lucirlos.


No todos llevan bien el tema modas. Mis amigos los zombies andan revolucionados con el Vintage de este año: las Rayban Wayfarer, unas gafas que llevan más de cincuenta años en el mercado, y que ahora vuelven a hacer furor. Uno de ellos está cabreado porque tiene las mismas desde los 80, cuando las lució Tom Cruise en Risky Bussiness, y le molesta que ahora todo el mundo vaya por la calle con sus mismas gafas. Bueno, a mí me alegraría ir a la moda sin acoquinar los 125 eurazos que valen las gafas de marras.


Pero si no son las Wayfarer son los polos Fred Perry, aquellos que llevaban nuestros padres (en mi caso los llevaba mi hermano, pero incluso yo tengo una foto con uno morado) y que ahora vuelven a aparecer, como caracoles tras la lluvia. Igual que no entiendo al que va uniformado y tiene que llevar a la vez las wayfarer, el Fred perry, el pitillo y las Converse, ignoro por qué la gente se siente mal si se ve parecida a la masa.

Esto no sólo ocurre en la ropa. El que antes era fan de Paul Auster, ahora le da rabia que todo el mundo lo lea en el metro, por no hablar del que le molesta que alguien lea a Jelinek justo una semana después de que le den el Nobel. Los que seguían la fórmula uno no pueden soportar que se haya convertido en el “rompeaudiencias” de Telecinco, y se ven en la obligación de justificar que ellos estaban antes en la pomada y empiezan a hablar de los duelos entre Prost y Senna, de Nigell Mansell, y si te descuidas juran que vieron correr a Emerson Fitipaldi. Los amantes del cómic ven traicionados sus años y años empleados en ser los raros del barrio ahora que las obras de Alan Moore y Frank Miller son llevadas al cine y la gente compra las reediciones de los tebeos como churros.

La música es el no va más de ese rencor al mainstream, o siendo menos “guay”, a “lo que le gusta a todo el mundo”. El “raro” musical de antes se traía los discos de Londres o estados Unidos. Ahora se pasa el tiempo buceando en busca de ep´s, que en cuanto el grupo consigue convertir en disco, entierra y maldice, porque ese grupo residual que le encantaba, “se ha vendido a la industria”. Yo muchas veces no sé si es tanto esnobismo como ser un poco cabrón, porque ¡coño! Si el tío (o grupo) te gusta, lo normal es que te alegres de que les vaya bien, no vas a pretender que estén toda la vida ensayando en el garaje para que a ti te sigan pareciendo estupendos.

Yo reconozco que a todos nos duele un poquito que los cantantes, actores, escritores o directores que hemos ido descubriendo cuando no eran reconocidos, pasen a ser iconos de la masa, pero porque es como que se te casa el hijo. Pero eso no significa que el hijo sea de nuestra propiedad y que debamos alegrarnos si su mujer le pone los cuernos y vuelve a casa.

Por eso esta primavera en mi i-pod está de moda Mika. Me importa una mierda que sea el ídolo de la temporada y que dos de las cinco cadenas de televisión más importantes de este país hayan escogido sus canciones como sintonía de la nueva programación primaveral. Que su Grace Nelly sea una de las sintonías más bajadas de los móviles, su música suene en los cuarenta principales y que los críticos digan que es un batiburrillo de Freddie Mercury, Rufus Wainwright, Scissor sisters, Elton John y Robbie Williams.

A mí me gustan sus canciones y si le gustan a mucha gente, pues mira qué bien. La verdad es que esa fama súbita nos sirve a los más avezados en la agenda conciertera para poder contar a los que lleguen al Summercase ansiosos por ver a Mika, con nuestra voz más engolada: “Bueno, aquí ha estado bien, pero claro, no es ese concierto íntimo que dio el 14 de abril en la Mynt, con sólo 300 personas entregadas. Allí no sólo cantó los temas del disco, hizo un cover del “Everybody´s talkin´” de Nilsson”.


Porque lo mejor de los conciertos no es disfrutarlos, dar botes, sudar, ver luego las fotos imposibles (ésta es buena porque no es mía, es del filósofo de bar), sufrir por el cabezón de delante, temer por los empujones y por los maleducados que hablan en los temas más lentos. Lo mejor de los conciertos es, como le contestó Dominguín a Ava Gardner cuando al escaparse de la cama éste le preguntó dónde iba: “Pues a contarlo”.

12.4.07

La vida es sueño

No me gusta dormir. Siento que se me van las horas sin hacer nada, porque no soy de las que se acuerda de lo que sueña, como mi amiga Milena, que tiene siempre unos sueños rarísimos que luego la tienen loca todo el día. Yo no. Yo me meto en la cama, hago posturitas hasta que mi arco de la espalda deja de molestarme, y en cosa de dos o tres minutos estoy dormida, pero dormida a lo bestia. Hace años durante un campamento, la chica que dormía en la litera de encima se cayó al suelo, con el consiguiente escándalo. Yo me enteré cuando me lo contaron al día siguiente.

Llevo dos días durmiendo casi ocho horas. Salvo que la espalda ha vuelto a darme disgustos, y temo por mis botes del concierto de Mika, me encuentro muy bien. Puedo leer en el metro sin que las letras de Paul Auster (estoy leyendo el "Viajes por el Scriptorium" que amablemente me regaló Goio cuando recaló en "Chez Silvie"el pasado 14 de febrero y a falta de hombres, buenos son zombies) se vayan juntando unas con otras al ritmo que marcan mis ojos bizqueando. Además, he conseguido despertar antes de que suene el despertador, desayunar en casa y darme todas las cremas pertinentes. Me encuentro activa en el trabajo, más segura de mí misma y, por qué no decirlo, hasta optimista... ¿Por qué nadie me lo había contado antes? Si es que me queréis mal...

Claro, ahora comprendo por qué él tiene siempre tan buena cara. Eso sí, yo si estoy en la cama y tengo esto al lado me da el insomnio. Eso, y muchas cosas más.

4.4.07

Ir sin luces

En mi vida anterior a los 14 años, las bombillas eran sólo unas cosas que se usaban para colocar en las lámparas. Se enroscaban y daban luz. Hasta que llegó a mi vida Carmen Jiménez, la profesora de Ciencias Naturales de Primero de BUP. Era (y es, porque la veo en el autobús aunque no me atreva a saludarla) una mujer pequeña, con el pelo corto y cierta carita de mala leche. Imagino que se habrá jubilado, pero si no lo ha hecho, estaría por jurar que sigue teniendo a los alumnos tiesos como velas. Además de profesora, era la tutora del curso, y mi madre estaba acostumbrada a ir cada año a hablar con los profesores. No por nada en especial, mi madre es de las que iban para lo bueno y para lo malo. Y ese año por primera vez había malo, porque excepto la Educación física (Yo siempre he sido poco flexible y me avergonzaba y aterrorizaba a partes iguales hacer volteretas), yo nunca había suspendido nada, hasta que llegué al instituto. ¿El problema? Que junto a los dos suspensos (matemáticas y Ciencias naturales) se encontraba la misma puñetera notita que me perseguía desde la EGB: “Puede hacer más de lo que hace”. Así que allí se presentó mi señora madre, que no sé qué más pensaría que le iban a decir…

Pues sí, le dijeron algo más. Carmen Jiménez le dijo que su hija era como una bombilla.
A lo largo de mi vida me han llamado muchas cosas. Los niños se metían con mi nariz, y allá por séptimo me empezaron a llamar “cañoncitos”, seguro que no tengo que explicar por qué. Doña Gloria me llamaba vaga, y en mi casa, Silveria. Pero nadie nunca me había comparado con un objeto lumínico. Había un porqué, claro. Según Carmen Jiménez, yo podía alumbrar muy fuerte, y dar destellos importantes, pero al momento me fundía y me apagaba. A mi madre le impresionó la explicación, y la ha contado innumerables veces, para regocijo del personal. Para mí era una forma un poco más refinada de llamarme vaga, pero reconozco que siempre me ha hecho cierta gracia.

Esta semana, en mi casa, las bombillas hemos estado en crisis. La de la lámpara naranja de la entrada, la que ilumina el poster de Moulin Rouge, es la que más se parece a mí. Lleva años dando una espléndida luz al recibidor, pero parece no tener buena conexión y se apaga cuando menos te lo esperas, para no volver a encenderse en días, hasta que de pronto una noche te olvidas y al abrir la puerta de casa, pulsas el interruptor y ahí está, iluminando las bienvenidas de una Salsa ansiosa porque la hagan caso.

El miércoles, al encender la luz del salón, cayeron dos de las tres bombillas, y el sábado lo hizo la que ilumina mi dormitorio, ahora sólo acompañado de la leve luz azul de la lamparita de noche. El baño hace tiempo que tiene una buena y una que alumbra, pero que es demasiado grande para el espejo, en mi despachito uno de los dos focos se ha puesto de acuerdo con la bombilla de la entrada y sólo se enciende cuando quiere, y en la cocina uno de los halógenos hace meses que dejó de alumbrar la pila. Quizá por eso hace unos días rompí de un tirón dos copas de cava apenas estrenadas. Quizá se me hayan roto más cosas por falta de luz y yo no me he enterado.

El lunes compré unas cuantas bombillas. Mi dormitorio tiene luz otra vez, y también el salón. Las bombillas del baño siguen siendo cada una de su padre y de su madre, porque me equivoqué con la compra y el casquillo era más grande. El halógeno no me atreví a comprarlo porque ni siquiera sé como se cambia, así que la vajilla seguirá cayendo, me temo.

Yo creo que también estos días he estado más bombilla que nunca. Pero como las bombillas de mi casa, muy loca. O más bien será que ando que no tengo luces. Ni para explicarme, ni para proponer, ni para callarme, ni para entender. Igual ando fundida y necesito que me cambien, o igual es que no tengo buena conexión, y por eso voy a tirones. Cuando consiga el casquillo adecuado o una lámpara bonita, quiero ser de esas bombillas transparentes de toda la vida. Ni softone ni fluorescentes, que son tristes. ¡Como poco de 100 watios, para deslumbrar al personal!