28.12.09

A SSMM los Reyes de Oriente

Queridos Reyes Magos:

De nuevo me dirijo a ustedes para darles el informe de mi comportamiento anual. Este año he sido bastante buena, más que nada porque no he tenido tiempo de portarme mal y luego estaba tan cansada que no tenía fuerzas para hacer maldades. Eso sí, debo confesar que he deseado unas cuantas, pero como con ustedes lo que vale es lo que se ha hecho y no me estoy confesando con el señor de las fans enloquecidas que rompen fémures de ancianos, pues imagino que no pasa nada por haber pecado un poco de pensamiento.

Por esto les pido que, en premio a mi bondad, se sirvan dejarme algunos presentes para animarme a continuar en esta línea de bondad y no pasarme al lado oscuro de este pueblo nuestro, taimado, avaricioso y desahogao (gran término que me descubrió la recordada Carmina).

Mi casa va necesitando algunas reformas, pero si es posible les rogaría que no llamen a Nuria roca o Jorge Fernández para solucionarlo. Creo que, poco a poco, y con ayuda podré hacerlo por mí misma. Por eso les paso a enumerar algunas cosillas que necesito. Yo sé que estas cosas son complicadas y caras, pero si se atreven, por mí está bien.

- Un perchero de pie: Lo necesito para tener a la vista los bolsos que tengo, porque de otro modo me paso los años prácticamente con un bolso por temporada, y eso ni es trendy, ni cool, ni siquiera práctico. Sólo pido que quepan muchas cosas y que sea mono. Pinchen aquí para ver algunos ejemplos.

- Un mueble para el baño. Como decía mi amigo Iván, antiguo inquilino de mi modesto y antiguo inmueble, el baño de "Cuéntame" necesita un mueblecito de pared para mis cremitas, que ya voy cumpliendo años y hay que cuidar las líneas de expresión, las patas de gallo, los pliegues del escote, la celulitis, las durezas del talón, el pelo encrespado, los labios agrietados... quizá me saliera mejor una operación a lo Esteban, pero mejor amplío mobiliario y evito riesgos innecesarios como que te dejen la boca talla XL. Dado que los azulejos tienen un bonito color chocolate "noir", pues imagino que un tono maderita claro le irá bien. O si se atreven con colores... un beige, un verde, un amarillo, o un naranja harían un buen apaño.

- También necesito un mueble con estantería y cajones para el dormitorio, pero eso quizá sería abusar. Aún así, en "Camino a casa" o Banak tienen unos estupendos (por si les toca el niño y quieren hacer dispendio).

Pasemos ahora a los momentos culturales. Sé que antes eran los más solicitados, pero miren, las bibliotecas y mis amigos me nutren de hojas escritas interesantes, y en cuanto a series, películas o música, también he limitado el consumo. Ahora, si se sienten generosos y quieren regalarme el abono del FIB, pues mira, voy buscando apartamento. Ya sé que el e-book se ha puesto de moda, y aunque me parece útil para los casos de tochos rompeespaldas y asas de bolso, casi voy a esperar a que la cosa se estabilice en precios, formatos y oferta en idioma español.

Aún así, voy a hacerles una petición:

Ya sé que ustedes son más aficionados a los misterios chuscos de Iker Jiménez en Cuarto Milenio, pero yo sigo fiel al inquilino de Baker Street, así que ahora que han sacado una súperedición de los casos de Holmes y Watson, si se animan a pagar los 60 napos que vale, yo encantada. Pueden ver cuál es en éste enlace.

Y del alimento del espíritu al abrigo físico: ropa y complementos. En general no necesito nada, y si se abstienen de regalarme ropa me ahorran a mí la labor de ir a devolverla porque no me vale. Eso sí, tengo algunas necesidades que igual pueden aliviarme:

- Botas de agua: Sí, soy consciente de que en madrid llueve poco, pero últimamente cada vez que lo hace me empapo los pies, y la última vez las zapatillas tiñeron los calcetines que a su vez tiñeron mi piel y tuve una semana el pie izquierdo verde (a pesar de que los calcetines eran morados y las zapatillas de varios colores, pero ninguno verde). Las más modernas son las Hunter.

Son las que lleva Kate Moss a Glastonbury, pero creo que soplan 99 euros por unas botas de goma, así que unas monas (ya saben, colorines a tope) y que me mantengan el pie seco valdrán. Número 38 (luego ya me tocará ir a cambiarlas).

- Paraguas amarillo: Creo que queda claro. A-MA-RI-LLO. Ni rojo, ni verde, ni azul, ni con topitos ni nada. Un paraguas de color amarillo (plegable, eso sí). Del mismo color que el sol, que el pajarito piolín, que la camiseta de la U.D Las Palmas. Vamos, como éste:

- Botas de montaña: Mis amigos y Maromo siguen siendo amantes de la montaña, y algún domingo me han propuesto salir a dar una vuelta por esos valles de Dios. Cierto es que si me traen las botas me quedaré sin excusa, pero bueno, quizá vaya siendo hora de dejar las excusas y ponerse en marcha. Una cosa normalita, no se emocionen con las suelas vibram y esas cosas, que sólo es para hacer un poco de caminata. Unas del "Decartón" valdrán (pero al menos que no se me mojen los pies, no compren las de 15 euros, ratas!!)


Por último, y pese a que en otras ocasiones su uso ha sido nulo, esta vez creo que sí, que necesito una agenda. Mis cotas de olvido han llegado a casos flagrantes como encontrarme una entrada (sin usar, por supuesto), de un concierto del que habían pasado dos meses de su celebración, y han sido varias las veces que he tenido que llamar a las consultas médicas para preguntar a qué hora era la cita (eso cuando no me han llamado preguntando si pensaba ir mientras yo estaba tranquilamente en casa). Ya sé que el móvil tiene agenda, pero no me manejo demasiado bien con ella. Como gustarme me gusta la Moleskine "Colour a month".

Viene con cuadernillos de cada mes en distinto colores y así no tienes que cargar con enero cuando es agosto. Seguramente la tengan en la FNAC o en papelerías pijas o gafapastas.

¡Hala! Ahora a comprar y a traerme lo que he pedido. Yo he cumplido mi parte, ¿no? ¡Pues cumplan ustedes la suya!

9.8.09

La ciudad congelada

Los veranos suelen parecer iguales unos a otros. Hace calor, la gente se va de vacaciones, se toman helados, se disfruta de las terrazas y los jóvenes se enamoran. Además, los periódicos adelgazan como Maribel Verdú y Marta Sánchez a través de los años, la tele se dedica a repetir programas y en la radio se escuchan las voces inseguras y los tropezones de los becarios. Hay fiestas en los pueblos, el ambiente huele a Aftersun y los autobuses y el metro tardan (aún) más. La cartelera teatral es muy pobre, la cinematográfica más pobre aún, y lo de los conciertos es ya como para echarse a llorar.

Las parejas con hijos se dividen la situación de Rodríguez por quincenas que aprovechan para recordar lo que era la vida cuando eran un solo individuo sin pequeños seres agarrados a sus pantorrillas como garrapatas, y la ciudadanía descuida sus estilismos hasta niveles que asustan.

Los gobiernos anuncian medidas impopulares aprovechando que nadie se entera, los equipos fichan a estrellas con la inseguridad de no saber si serán un acierto o un bluff, y el “¡Hola!” se llena de fiestas, yates, cuerpos bronceados en bikini y bodas de Fefas y Pititas varias buscándose en las páginas finales en blanco y negro y sintiéndose Isabeles o Genovevas por un momento.


Sólo una cosa parecía haber cambiado en los últimos años: los huecos de los coches ausentes eran menos en las aceras, los de las personas huidas también habían disminuido en las sillas de las terrazas o en los asientos del transporte público, y los carteles de “Cerrado por vacaciones” parecían una reliquia de mis recuerdos veraniegos de infancia y juventud.

Pero este año los carteles han vuelto a aumentar, como los huecos de los coches y Agosto es otra vez el mes desierto en Madrid. Las ventas por Internet han cerrado, las bibliotecas han cambiado su horario de verano, y en lugar de ampliarse por la tarde, se ha recortado, además de suprimir las aperturas de los sábados por la mañana. Hasta la RAE ha echado el cierre a su sección de consultas en Agosto. Me pregunto qué hará el atribulado periodista que tenga que entregar un artículo este mes sin la ayuda de un empelado de la institución que “Limpia, fija y da esplendor” para que aclare sus posibles dudas.

También los visitantes de algunos museos, los usuarios de algunas instalaciones deportivas y algunos enfermos veraniegos se van a encontrar con el cartelito. Pero qué más da. Todos son felices porque es verano, porque están enamorados, les gustan los helados de limón, pueden aparcar, el cine está fresquito aunque la peli sea mala y pueden mirar los escotes de las chicas sin que ellas les pongan mala cara porque se sientan inseguras respecto a la del escote perfecto. Y a los que les duela porque tienen que trabajar, su piel siga blanca, y además hayan engordado, que se jodan. O eso o que se desahoguen en su blog.

3.8.09

La elegancia en zapatillas

Vaya por delante que yo no soy una persona elegante. Ni en mis expresiones, ni en mi forma de relacionarme ni, por supuesto, vistiendo. Me falta gusto, coordinación, y muchas tallas menos (lo que me recuerda que la semana pasada recobré la maravillosa costumbre de llorar en los probadores) para llegar a estar en las listas del “Cuore”, porque hace tiempo que dejé de aspirar a las del “¡Hola!”, que sólo traen señoras aburridas que dan bajona.

Pero no ser elegante no significa que una no pueda reconocer la elegancia, y yo la reconocí dos veces la semana pasada. Una de ellas el jueves. Su poseedor era un señor de 81 años, encorvado, de pelo blanco y vestido con vaqueros azul claro, blazer y deportivas blancas. Es probable que a la mayoría de la gente eso no le parezca elegante, pero ese anciano era como un dandy vestido de chaqué, y lleva décadas demostrando su elegancia en composiciones que, sin embargo, no están dirigidas a las élites que pueden comprar lujo. Ese viejito(con mejor aspecto que “Saza”, eso sí) se llama Burt Bacharach, y es un músico de masas, aunque la masa no le conozca y él se alegre de poder salir a cualquier lado sin tener que firmar autógrafos.


Desde que compré la entrada (allá por mayo) he estado ilusionada porque llegara el día del concierto, y ha sido mucha la gente a la que le he comentado que iba. La mayoría me ha preguntado quién era ese tal Burt Bacharach, y yo siempre decía: “Un compositor que tú conoces”. Y entonces decía: “Es el de…” y me echaba a canturrear: “Raindrops keep falling on my head… ná, ná, ná, ná… y también el de: “The moment I wake up, befor I put on my make-up, I say a little pray for you…”, y seguía con “I just don´t know what to do with myself”. Para entonces, ya todo el mundo sabía quién era.



Luego descubrí que también eran suyas joyas como éstas:





Y me enamoré de algunas menos conocidas:



Pero sabía que lo mejor estaba por llegar, y así fue. A lo largo de casi dos horas disfruté de un hombre divertido y generoso, que avisó que todo lo que íbamos a escuchar allí había sido compuesto por “el pianista”, pero que también recordó a su letrista habitual, Hal David, consciente de su poder como músico y de sus limitaciones como anciano, exquisito en el trato a sus compañeros, a sus canciones, al público. Un señor como los de antes. Seguro que se pasea por su mansión con un batín de seda y un pañuelo al cuello. Como Hugh Hefner, pero sin conejitas, tocando el piano y pensando en cuál será su próximo hit. Yo espero que haga muchos más, y que vuelva a Madrid para volver a hacerme llorar.

Muchos pensarán que hacer llorar a una dama no es elegante, pero hay formas y formas. Bacharach lo hizo con sus canciones, y los creadores de “Up” con una historia redonda en la que se respira amor por todos lados. No sólo en su argumento, sino en cada dibujo, en cada tema musical, perfectamente acoplado a la historia que cuenta y a la época que muestra. A mí, que voy dando tumbos de trabajo en trabajo, y que veo la desgana y la desidia de lunes a viernes, me maravilla ver la perfección y el cariño con que se presentan los trabajos de Pixar, desde el corto inicial a los títulos de crédito.



Y a mí, que voy dando tumbos por la vida, incumpliendo a cada momento cada proyecto que me propuse, dejando atrás todas las oportunidades de cambiar de vida, la película me emocionó, me maravilló y me dio esperanzas de que quizá todavía me quede tiempo para lanzarme a la aventura.

Quién sabe, igual cuando sea vieja me convierta en una señora fina y elegante. Entonces, bien vestida y con las canas perfectamente peinadas, apuraré un traguito de ginebra (en homenaje a la Reina madre) mientras escucho las melodías del señor Bacharach y me miro las deportivas blancas. Elegante, sí, pero cómoda y lista para la aventura.

30.6.09

Publicidad y pudor

Hoy he decidido coger el metro hasta Sol para ver la nueva estación que Fomento y la Comunidad han tenido en obras durante tres años, más largos que una condena. Todavía quedan cosas por acabar, y hay partes del aspecto exterior que se me hacen un poco marcianas, pero espero que pronto se pueda caminar normalmente por toda la Puerta del Sol.

Venía leyendo uno de los libros de Luis Bassat, que va a ser el C.E.O (Chief Executive Officer) en el programa en el que trabajo. Se llama “El aprendiz” (“The apprentice”, en inglés), y la verdad, es un proyecto interesante y divertido a partes iguales, aunque empiezo a notar una tensión bastante importante y mucho, mucho vértigo. Es un formato que se estrenó primero en EEUU, con Donald Trump de jefazo, pero que donde ha alcanzado su gloria ha sido en Inglaterra. Cada capítulo es para quitarse el sombrero, y el CEO, Sir Alan Sugar, se muestra con los concursantes (y aspirantes a un puestazo en su empresa) como un estricto juez cada semana. He decidido poner un vídeo de sus momentos más graciosos, que los otros son tremendos (y más largos)



Bueno, el caso es que venía empapándome de los consejos del señor Bassat (por cierto, es muy reconfortante poder leer un libro sobre cómo hacer publicidad sin mayor necesidad que la de saber leer y tener un poco de sentido común, así que creo que debo hacerle buena publicidad al libro) acerca de cómo debe venderse un producto, cuando he levantado la cabeza al llegar a la estación de Iglesia. He visto cómo un señor muy viejo se acercaba muy lentamente para entrar al vagón. He mirado alrededor y he visto que no había sitios. He cerrado el libro y me he preparado para cedérselo, mientras le veía entrar con mucha dificultad, mirando al suelo para comprobar que daba un paso seguro.

Me he dirigido hacia él, y al rozarle en un brazo mientras le decía, “Siéntese, por favor”, ha levantado la cabeza. Ese señor mayor, frágil, y que con tanta dificultad ha entrado en el metro ha hecho, según la IMDB, más de 100 películas. Ha trabajado con Berlanga, con José María Forqué, con Mario Camus, con Fernando Trueba, con José Luis Cuerda…Ese señor era Saza.



El hombre que siempre aparecía en sus películas muy estirado, es hoy un anciano de casi 83 años que me ha parecido débil y cansado, pero no lo suficiente como para aceptar el sitio que le dejaba, aunque le haya insistido. Ha aguantado cuatro paradas firme, hasta que alguien ha dejado un asiento y entonces sí, se ha sentado.

Creo que nadie en el vagón le ha reconocido, aunque prefiero pensar que quizá los demás hayan hecho como yo, que he pasado varios minutos pensando qué podría decirle para agradecerle y alabarle algunos de los momentos estupendos que nos ha dado con su aire de señor recto, de derechas, y del estilo español del hombre siempre cabreado. Y, todavía hoy, orgulloso. Al final, he pasado de largo, creo que para no molestarle. Está claro que necesito leer más a Bassat, para conseguir expresar bien lo que quiero decir.

10.6.09

A quien pueda interesar

Una vez más, Movistar se convierte en protagonista de uno de mis posts. Vaya por delante que siento no poder ofrecer lectura o situación más amena, pero el cuerpo me pide echar las bilis, y eso es lo que estoy haciendo. Esta es la copia del texto que pretendo enviar a todo el organigrama de Telefónica, a los periódicos (aunque por desgracia dudo que quieran publicarlo) y a todo el que se me pase por la cabeza.

Es la única forma no violenta que se me ocurre para desahogarme de los 40 minutos (y más en otras ocasiones) que he tenido que sufrir para que no me solucionaran nada, para que me dijeran que me van a cobrar por algo que no pedí y para cargar con algo cuya responsabilidad no me pertenece. Por el tiempo que me han robado de cenar, de ver "House", de meterme en la cama para sudar este catarrazo, de jugar con mi gata.

Ahí va mi escupitajo verbal, mi bofetada escrita, mi mala hostia concentrada en una carta.

A la atención de D. César Alierta, presidente ejecutivo de Telefónica.

Sr. Alierta, me dirijo a usted como principal persona responsable de esta empresa para contarle lo que, a buen seguro, usted no sabe y es que en su empresa, concretamente en Movistar, se ríen del cliente, que en su empresa engañan al cliente, que en Movistar (una de las empresas que forman su grupo) no se le da a los clientes la información correcta y que su empresa juega con el tiempo y la vida de sus clientes.

Se lo cuento porque estoy segura de que usted, como máximo responsable que es de esta empresa, no permitiría ni por un momento que su compañía diera este reprobable, pésimo, nefasto y humillante servicio para con los que mantienen esta corporación con los pagos por sus (no siempre buenos) servicios.

Apuesto mi vida a que usted desconoce que Movistar ofrece al cliente servicios que éste no le pide, y que aunque los ofrece gratis, luego los factura. Estoy segura de que ignora que para poder hacer una gestión, a veces hay que pasar hasta ¡1 HORA! Al teléfono, y no siempre llamando a teléfonos gratuitos. Tengo el convencimiento absoluto de que nadie le ha contado que en su empresa, cuando se pide una hoja de reclamaciones, se entregan fotocopias sucias de una factura, y muchas otras cosas más que hacen que, lo que en un Principio parece sencillo, poder comunicarse, se convierta en algo complicado, desagradable y lleno de problemas.

Creo que contándoselo, le hago un favor a usted, a lo que pueda quedar del buen nombre de su empresa, y, espero, a los millones de clientes que no tienen el tiempo ni la suficiente ira acumulada como para enviarle esta carta en un tono le aseguro que mucho más amable de lo que el comportamiento y la pasividad que sus empleados han mostrado conmigo merecen.

Quedo a su disposición para cualquier otra información que usted pueda precisar.

27.4.09

Yo no me quiero morir

No soy dormilona, pero siempre he sido de muy buen dormir. Por las noches, me meto en la cama, pongo la cabeza en la almohada y apenas pasan 10 minutos (si llegan) antes de que me duerma. Normalmente es lo que tarda el arco de mi espalda a la altura del culo a acomodarse al colchón.

La verdad es que es una suerte, no sólo porque así descanso, sino porque parece que soy de esas afortunadas a las que nada, por grave que sea (salvo algunas excepciones, que no soy de piedra), les quita el sueño. A veces, para pavonearme y quitarle importancia, digo que es porque tengo la conciencia limpia. En realidad suele ser porque estoy cansada, y porque además no me gusta dar vueltas en la cama.



Alguna vez la cama me ha dado grandes ideas, por eso tengo papel y boli en la mesilla, pero habitualmente los ratos de desvelo me han causado miedos, angustias y dolor.

Los más antiguos los recuerdo como verdaderos infiernos infantiles en forma de terribles dolores de oído que me despertaban de mi plácido sueño. Ya entonces tenía esa vergüenza de contar las cosas, y no quería molestar, así que cuando tras varios intentos de relajarme y volver a dormirme veía que el dolor me vencía, no me quedaba más remedio que abandonarme a la desesperación y echarme a llorar, aunque bajito. Dos o tres sollozos después, mi madre se despertaba y me decía: “Silvia, ¿Qué te pasa?” En ese momento sabía que la victoria sobre esos malditos pinchazos era mía, y que en un rato todo habría pasado. Yo contestaba, bajito entre lágrimas: “Me duelen los oídos”, y mi madre se levantaba, extendía una manta protectora sobre la mesa, y enchufaba la plancha mientras sacaba dos toallas pequeñitas. Las doblaba en forma de compresa, pasaba la plancha caliente y me extendía una. “Toma, póntela entre la oreja y la almohada, pero ten cuidado de no quemarte”. El lóbulo me ardía, pero el calor me relajaba, mientras mi madre ponía otra toalla bajo la plancha para relevar a la anterior, que se iba enfriando. Así repetía la operación hasta que me dormía con una de ellas bajo la oreja, que la mañana después era el único recuerdo de mi agonía de niña con los oídos.

Pero otras noches no había dolores, sólo la oscuridad y el profundo silencio que dan las calles acabadas en fondo de saco de mi barrio, y que sonaba como un zumbido constante. Otras veces desde la puerta me llegaba un resquicio de luz y el sonido (leve) de la tele que todavía estaban viendo mis padres. Entonces empezaba a fantasear, y la mente se me liaba, cruzando un pensamiento con otro. Unos días pensaba en el colegio, otros en las cosas que escuchaba en casa, y alguna vez, como hacen todos los niños, en la muerte. Esos eran los peores días. No pensaba en la forma de morir, ni en el dolor, ni en nada de eso, sólo en una especie de vista desde el más allá en el que veía que el mundo seguía sin mí. Y me daba muchísima rabia, como si (tal y como es en realidad) no se notara mi falta. Alguna vez se lo comenté a mi madre, imagino que porque ella siempre ha sido muy aficionada a dejar claro que a ella no le importa abandonar este mundo. Han pasado los años, y ahora vivo en otra casa, pero sigue siendo en la misma calle, acabada en fondo de saco, con el mismo zumbido. Y esos ratos antes de dormirme siguen siendo igual de desasosegantes. Y años después, siempre que sale ese tema, mi madre me dice: “Hija, es que desde pequeña estás empeñada en que no te quieres morir”.

Y sí, es verdad. No me quiero morir. Sobre todo porque ahora no sólo me importa eso de que el mundo siga sin mí, ahora ya tengo miedo a otros detalles.

Por eso hoy llevo todo el día intranquila. Porque una cosa es ir aceptando lo que se nos viene encima, y otra ser víctima de una pandemia. Una cosa es que una se deje llevar por la emoción de sentirse parte de la historia, y otra que quiera aparecer en los libros de “cono” (esa mezcla absurda de Naturales y sociales que se llama “Conocimiento del medio”) como parte de un número, como en su día aparecían en mis libros de historia los pobres afectados de la peste bubónica.

La verdad, no me parece justo en este momento. Que si tengo que acabar en un carro (ahora sería en un camión, imagino) entre mogollón de cuerpos para que me
lleven a quemar después de que hayan pintado la puerta de mi casa con una cruz para avisar de mi maldición, joder, pues al menos que no sea en este momento de crisis, que estoy en paro y no tengo ni para concederme una última voluntad en forma de viaje de despedida a Nueva York, una comilona con amigos o para hacerle un contrato a alguien para que me rasque la espalda durante todo el día.

Además, no es lo mismo morir de una epidemia causada por las ratas, que es una cosa como de miseria, que hacerlo de otra causada por el animal que da el jamón. No es justo vivir en una época en la que si hace frío te calientas y si hace calor te refrescas, en la que recorres kilómetros en minutos, en la que una caries no puede acabar contigo, para terminar como hace unos siglos.

Que no, que no me quiero morir de gripe, ni aviar, ni porcina, ni de dormir con el culo al aire, así que mañana mismo me voy al Lidl, y al estilo de mi madre cuando amenaza guerra, hago acopio y me quedo aquí encerrada con Salsa, hasta que la cosa se pase y los cerdos no representen más peligro que unos kilos de más o un tipo que intente meterte mano.


1.4.09

BRITAIN, BRITAIN, BRITAIN (part two)

Es curioso cómo cambia el estado de ánimo de un día para otro. Hoy he estado en un Londres más sombrío que el de ayer, o quizá deba decir que yo he estado menos feliz que ayer. Yo es que es ver un cielo encapotado y ya me entra bajona. Pero como de momento una puede elegir tener hijos rubios (con aspecto de inglés), pero no el día que le va a hacer en las vacaciones, me toca joderme y hacer planos con un “Y si el tiempo lo permite”.

Al final el tiempo permitía todo, porque no ha llovido, pero “no estaba de Dios”. He salido un poco tarde, y aunque era un momento “off-peak” (que ya no es hora punta), el metro iba verdaderamente mal, algo que no debe ser raro porque en las estaciones hay un señor que pone en una pizarra velleda “good service”, como sin en otras ocasiones te lo dieran malo, que es lo que me ha sucedido hoy a mí, que me han echado dos veces del vagón para esperar al siguiente.

Menos mal que llevaba un periódico gratuito y me he enterado de varias cosas. Lo de la ministra sigue coleando, pero la cumbre del g-20 le ha hecho perer fuelle al affair. Por el contrario, Jade Goody sigue en la loving memory de los británicos, que andan pendientes del funeral, porque ahora Jacko (los periódicos ingleses son muy dados al mote, así que Jacko es Michael Jackson, igual que Madonna es Madge, Beckham es Becks y Victoria es Posh) dice que no va, pero que rezará por ella. No sé si la han enterrado o incinerado, pero una señora que se llama Val Thompson te hace un cuadrito la mar de mono con las cenizas de tu señor esposo o de tu amada madre, así que igual le encargan uno de Goody y acaba colgándolo en la national Portrair gallery, donde lo mismo está Churchill que el señor rico de Virgin.

Por lo que se ve a los británicos les gusta esto de los trabajos manuales, porque también me he enterado por el periódico de una pareja de viejitos que se ha pasado 19 años recreando en miniatura el pueblo donde se conocieron. Incluso han puesto sus propias figuras a la entrada del cine al que iban en sus primeras citas, con los carteles de las pelis que vieron por entonces. Ha sido la noticia Coca-cola del día, que no es que me la patrocinen, sino que me ha hecho llorar, como los anuncios de la compañía de Atlanta. Pero siguiendo con los trabajos manuales, pero mucho más asquerosos, está la historias un anestesista que atendía a mujeres que iban a abortar. Las sedaba parcialmente, tal y como se hace en ese tipo de intervenciones, pero parece que el tío cerdo se sacaba la chorra y se la colocaba a las chicas en la mano, al tiempo que les preguntaba cosas como “¿Cuál es tu bebida alcohólica favorita? A las chicas la preguntita les debía parecer rara, pero más raro le pareció a una enfermera ver al señor con la polla en la mano inocente de una paciente, así que lo cascó y luego le pillaron las manos (de otra), en su miembro.

Pero bueno, dejando las noticias y siguiendo con mis retrasos y mi mala pata. Después del metro he cogido un bus rojo de los altos para ir a la St. Paul's Cathedral, que nunca he visitado, pero me he despistado y he pensado que me había pasado de parada, así que me he bajado y resulta que me quedaba un rato (hay que ser tonta, joder, porque mira que es gigante esa catedral, como para no verla). Para colmo, he llegado a la catedral y unos señores “bobbies” me han impedido la entrada, porque había un acto privado. Todo esto antes del mediodía, hora en la que toda la ciudad se moviliza y empieza a engullir, pero no cosas tan sabrosas como estos pedazos de quesos que vendían en el Borough market



A mí el asunto de la manduca en Londres me tiene loca. Yo no hago más que ver a gente comiendo por la calle, sea la hora del día que sea. Que ellos tendrán sus horarios, no te digo yo que no, pero no llego a saber exactamente cuáles son. Yo sé que esto es así de toda la vida, pero también me alucina esa cultura de comer en la calle que los londinenses (creo que los ingleses en general y también muchísimos norteamericanos) exhiben. Cualquier lugar es bueno para sacar el sandwich / ensalada / Currys variados y ponerse a mover el bigote. Cuando los bobbies me han dejado una vez más sin ver St. Paul por dentro, he descubierto un Marks & Spencer sólo de comida, y no me he resistrido a entrar. No me arrepiento. Es el paraíso del lechuceo, como llamaba mi madre a malcomer. Sandwiches de todo tipo, bollos, bolsas de snacks variados que van desde mil variedades de patatas fritas (con sabor a cheddar curado, a cebolla, a sal y vinagre) a plátano frito con miel y pimienta negra, pequeños boles de ensalada que puedes aliñar con vinagre de fresa y champán, pasando por rajas de salmón cocinado o bolsitas pequeñas de frutos secos que contienen varios piñones, una almendra, unas pasas y algunos orejones. He cogido la bolsa de platano frito (ponía no sé qué crisps y he creido que eran patatas) y un zumo de rapsberry que ha resultado contener también zumo de naranja y puré de plátano. Un asco de snack, que encima ha acabado por convertirse en mi única comida.

A falta de comida para el estómago, he decidido darme alimento espiritual. Ha sido después de perderme por calles y pasadizos extraños sin conseguir encontrar el London bridge, al que por fin he conseguido llegar para sacar una panorámica del Tower bridge y la torre de Londres. He estado en la southwark cathedral, muy bonita, donde la gente rezaba mientras un grupo de niños de colegio escuchaban atentamente a su guía, que después ha vestido a algunos de los pequeños de diáconos, o algo así. La gente siempre ha necesitado ayuda exterior, algo que nos haga confiar y no sentirnos solos. A veces nos sirve apoyarnos en la familia, los amigos, la pareja, pero en estos tiempos de descreimiento Dios parece haber resurgido con fuerza, quizá por estos momentos de crisis.

Aquí también la hay, y también la gente necesita ayuda. La iglesia (aquí), lo sabe, y por eso suele haber un lugar donde dejan que los feligreses escriban sus plegarias. La mayoría piden por ellos mismos, por sus familiares enfermos o en recuerdo de los que se han ido. Me hubiera gustado poner una foto, pero en Salisbury Edu me echó en cara que era una cotilla, metiéndome así en los deseos de los fieles, y en la catedral de Southwark hay que pedir un permiso para hacer fotos que te conceden previo pago de tres libras y media. Yo soy muy respetuosa con las reglas, cualquiera que me conozca lo sabe, y no me importa pagar por ver una iglesia. De hecho, he dejado una donación voluntaria, pero pagar por las fotos me parece absurdo. O se puede o no se puede. Aún así, he sacado una de tapadillo. No es de las plegarias que podías colocar en un tablón mediante post its, sino de una de esas plaquitas que me están volviendo loca. Esta vez, además de en cada silla de la iglesia, tenían esta muy curiosa en la pared de una capilla:



Sí, es el autor de musicales como “Oklahoma”, “Sonrisas y lágrimas” y “El rey y yo”. Y puede que muchos no lo sepan, pero también del legendario “You'll never walk alone”, himno popular del Liverpool, que parece raro pensar que viene de un musical, cosa no demasiado heterosexual y testosteronizada como el fúmbol.

Luego he seguido por la vera del Támesis hasta llegar a la Tate modern, donde me he entregado al mundo de las audioguías y las obras extrañas. Hablaría ahora de mis contradicciones acerca del arte, pero no me apetece y además mañana quiero hacer shopping y asistir a una matinèe de teatro, que consiste en ie al teatro a las dos y media de la tarde, cosa altamente absuuurda, que diría mi amigo Unai.