23.2.06

La noche de los transistores…

… fue para mí una noche más. El 23 de febrero de 1981 yo era una niña de 8 años que dormía con su hermana en la habitación compartida. Cada día, irse a dormir suponía una especie de revolución en esa habitación tan bien aprovechada. Para abrir las dos camas plegables, teníamos que mover la mesa camilla y aquellos dos butacones azules, (¿te acuerdas, Mari Carmen?) y trasladar la silla pequeñita con el muñeco ese que mi hermana había mordido de pequeña y aquella especie de costurero con patas que yo llenaba de tebeos y libros y que tenía que coger con los dos brazos mientras sujetaba la pila de papeles con la barbilla (muy pocas veces lograba el traslado sin que se cayera todo y tuviera que recomponer la torre en su precario equilibrio). Aquel desorden infantil ya me causaba con mi madre los mismos problemas que me causó hasta que me fui de casa, e incluso ahora, porque tengo que reconocer que parece que no me he ido. Mientras yo descansaba de un día raro y agitado, seguramente mi madre pasaba la coche con la oreja en el transistor (así le siguen llamando mis padres a la radio) , sufriendo y pensando qué clase de vida nos esperaría al día siguiente.

Mis recuerdos del 23-f son muy pocos. Imagino que fui al colegio y di mis clases con la Señorita Gloria. Era una buena alumna, no excesivamente traviesa, y bastante interesada en las clases. Leía y escribía muy bien, y creo que ya por entonces apenas debía cometer faltas de ortografía. Sin embargo, Doña Gloria siempre se negó a darme buenas notas en el global. Nunca me dio el sobresaliente, y le costaba darme hasta el notable. Nunca he sido competitiva, pero yo sabía que ese notable era mío, y así me quejaba a mi madre. Doña Gloria le respondía que efectivamente, en los controles mis notas eran de notable o sobresaliente, pero que no lo merecía, porque no me costaba esfuerzo alguno sacarlos, y que pese a que podía brillar en todo, era muy vaga. El argumento de mi madre, en una de las pocas veces que me ha defendido a capa y espada (uno de sus refranes favoritos es “Quien quiera honores, que los gane”, olvídate del apoyo incondicional frente a un extraño que te ataca), era que la vida daba dones a ciertas personas, y que igual que podría no tener otros, qué había de malo en tener el de la inteligencia. No coló. Doña Gloria jamás me dio el sobresaliente. Aún así, a veces se encuentra con mi madre y siempre le pregunta por mí. Probablemente debería hacerle una visita.

Hoy le he dicho a mi madre que iba a hablar de ella y de cómo vivimos el 23-f, así que le he pedido que hiciera memoria. Mi versión era que yo había vuelto del colegio, y que hacía los deberes mientras mi madre escuchaba en la radio un pleno del congreso de los diputados, en el que se produciría la investidura de Calvo Sotelo. Mi madre dice que sí, que había vuelto del colegio, pero que estaba en casa de mi vecina. Yo apuesto por mi versión, pero tampoco estoy segura. De hecho, creo recordar como si fuera ayer que cuando se escucharon los primeros disparos, mi madre se lanzó al teléfono de góndola que teníamos, y que creo que acabábamos de poner, para llamar a mi padre y pedirle que trajera de la tienda de mi tío un buen número de alimentos básicos. Demasiado tarde, las líneas no funcionaban. Lo demás fue un maratón de compras de elementos varios de supervivencia: legumbres, harina, sal azúcar, conservas y papel higiénico. No sé qué creía mi madre que podría pasar, pero su gesto me decía que nada bueno.

Mis padres no son heróes. No participan en manifestaciones, casi ni expresan sus ideales en público, todo lo contrario a mí, aunque yo tampoco sea una heroína. Si de ellos hubieran dependido las revoluciones, lo hubiéramos llevado claro. Pero no les culpo. Nacieron en 1925 y 1931 y vivieron los peores años de este país en el siglo XX: La guerra civil y la posguerra. No sólo pasaron hambre y vivieron de cerca la represión en forma de cárcel para sus familiares, muertes en el frente, o penurias económicas, el curso de la historia les arrebató muchas más cosas. Les robó la pasión, el deseo, la irresponsabilidad de la inmadurez, porque mis padres no pudieron permitirse ser irresponsables. En suma, les timaron la normalidad y el derecho a vivir una vida con todas sus etapas. Quizá por eso mis padres se toman la vida tan en serio, quizá por eso valoran tanto lo que tienen ahora, quizá por eso sufren ante mis derroches.

Años después, mi madre repitió jornada de asalto veloz al supermercado, cuando se declaró la primera guerra del Golfo, en 1991. (y me temo que en 2001 volvió a hacerlo tras la caída de las Torres Gemelas, pero entonces yo estaba muy lejos para verlo) Un año antes yo había conseguido el mejor recuerdo del 23-f. Una plancha impresa de una de las ediciones especiales que sacó El País a lo largo de aquella larga noche.

Ahora, bien enmarcada, cuelga de una de las paredes de mi casa. A veces releo el editorial, y a veces la miro y me digo que un día debería preguntarle a mi madre qué pensaba mientras debajo de la almohada sonaba la radio en aquella larga noche de los transistores.

9 comentarios:

The Big Kahuna dijo...

Joder, ni me había dado cuenta de qué día era hoy... Yo, la verdad, no recuerdo practicamente nada del 23-F. Tenía 5 años y supongo que no me enteré ni de lo que estaba pasando. Para mí el 23-F es como, no sé, el asesinato de Kennedy o Neil Armstrong en la luna: una simple imagen en un televisor.

Anónimo dijo...

yo recuerdo bien el 23F, que ya tenía mis doce añitos y fui consciente de lo que había esa noche por el medio, más o menos... Curioso el recuerdo de el país. Durante años conservamos en casa nada menos que el número del egin del 24 de febrero del 81, pero no sé si sobrevivió a las mudanzas de mi hermana y la mía propia. Una pena.

Anónimo dijo...

Pues yo tenía -3 años en ese momento. Como al Kahuna, a mi el 23F también me suena tan cercano o tan lejano como cualquier otro hecho histórico que haya visto por la tele.

Anónimo dijo...

Te imagino con doña Gloria de resabidilla y repelente total intentando ganar points con tus compis y todos pasando de ti... Lo veo.
Lo que es la juventud! Yo no puedo escribir de mis recuerdos del 23 F

Ilse dijo...

Hija, tú es que hablar, lo que se dice hablar, puedes hacerlo de poquitas cosas, a no ser que esté yo al lado para podértelo explicar, que te recuerdo que te he tenido que explicar lo que era un i-pod.

Anónimo dijo...

He vuelto a tu infancia, me acuerdo de los butacones, de la mesa camilla con el "Tocanarices" del tapete de ganchillo, que siempre obligaba a poner algo duro debajo de las hojas,,,,, mi costurero a revosar cargado de libros.... Mi versión es que llegúé del insti, mamá tenía la radio encendida que repetía los sonidos de los disparos y "se sienten coño"...., De ti no me acuerdo, ya deberías estar en casa de Rebeca... recuerdo a mamá atacada que me dejó ir clase de inglés, recuerdo mejor a "Menjibar" descompuesto diciéndonos que nos fuéramos a casa...De vuelta la calle desierta y helada (volvía con Pilar, no sé, puede que fuese la tarde que dimitió Suarez.... ). Mamá seguía atacada y con la SER puesta, si recuerdo cuando me metí en la cama y una sensación de vacío para el día siguiente. Esperé con anhelo la clase de Eugenio para comentar todo y ocurrió lo más inexplicable Eugenio (el profe más rojeras,,,más debatidor y más comprometido con el día a día) dio la clase más normal que le vi nunca. Sobre 11 mi amigo Jesús quería ir al Congreso, me pudo el miedo contagiado por mamá y no fui. Me quedé en el insti, eso sí oyendo la SER, alguien se la había llevado, no teníamos clase a esa hora y dentro del hueco del armario de la clase oímos como salían por la ventana algunos guardias civiles...Besitos hermana, gracias por hacernos recordar, LA HISTORIA es eso.....

Ilse dijo...

¡Es verdad! ¡Cómo se hundían las minas de los lápices en los folios!¿Y esa mesa no tenía una especie de jarra verde con esos esquejes que tanto le gusta poner a tu madre? Yo ese día no estuve en casa de Rebeca, mamá me llevo "de shopping".

serguei dijo...

es un post precioso!!

Ilse dijo...

Uooo! ¡Muchas gracias!